BENEDICTO GONZALEZ VARGAS
EDUCACIÓN Y PEDABLOGÍA PARA EL SIGLO XXI
3 de marzo de 2009
Ha muerto Miguel Serrano. A los 91 años de edad ha dejado de existir uno de los grandes escritores chilenos. Uno de los más grandes, sin lugar a dudas. Pero también uno de los más ignorados, su solo nombre ponía incómodos a los demócratas de todos los colores. Su sola presencia era contaminante para la atmósfera de tolerancia que solemos levantar y que no pasa de ser una hojarasca, una carcaza, a lo sumo una escenografía bien montada, pero que tras la fachada
no tiene nada verdadero.
Hemos levantado hasta las nubes, con razones literarias, por cierto, a escritores como Neruda a quien le perdonamos todo. No nos importó su vida personal no muy ordenada, sus ambiciones políticas, le hemos perdonado y olvidado incluso lo peor de su literatura panfletaria prosoviética.
Pero a Serrano la democracia chilena nunca le perdonó nada. Ni siquiera la admiración y amistad que le profesaran personas tan notables como Jung o Hesse sirvió de atenuante para olvidarnos que Serrano fue nazi. ¿Y si lo fue, qué? Fue también muchas otras cosas y en todas ellas puso su talento y esfuerzo.
No se crean, amables lectores, que Miguel Serrano empuñó las armas a favor de Hitler. Nunca participó en guerra alguna. Nunca tampoco buscó levantarse como alternativa política. Lo suyo era una convicción del alma, una inquietud que nacía del intelecto, pero que se nutría de las profundas vinculaciones espirituales del paganismo esotérico que, como todos saben, subyace en la ideología nazi. Más que un político, fue un místico, en el amplio sentido de la palabra y nuestra democracia nunca le perdonó que tuviera las agallas de pensar distinto y el talento literario para escribir como nuestros mejores poetas, narradores y memoristas.
No hubo homenajes para él. Simplemente murió. No hubo premios para él. Nadie nunca quiso dárselos para no exponerse a lo políticamente incorrecto. Quienes lo critican y hoy publican tonterías sobre él, nunca han abierto una página de sus libros, que es de lo mejor de nuestra literatura y, a juzgar por su verbo pobre y odioso, tiendo a pensar que tampoco entenderían a este escritor notable, buscador de mitos, hombre que buceó en lo más profundo de la espiritualidad telúrica de nuestra patria y que plasmó en libros notables una visión como nunca nadie antes que él (y quizás nunca tras él) trazó de nuestra geografía humana y terrena.
No me importan aquí sus ideas políticas, que no comparto. No me importan aquí sus panfletos sobre una ideología que, en mi opinión, es un esoterismo equivocado. Pero qué importancia puede tener ello al lado de una obra maciza (que habría sido mucho mayor sin duda si sus afanes hubieran sido solo literarios).
Don Miguel Serrano Fernández fue un grande. Grande entre los grandes. El ninguneo oficial lo hace, creo yo, más grande. Me sorprende enterarme que en este país, donde cualquiera de mediano mérito tiene un par de discursos oficiales en su funeral, nuestra Cancillería, el Ministerio de Relaciones exteriores chileno, ignoró a uno de los mayores diplomáticos que haya tenido nuestro país: Migue Serrano.
¿No saben nuestros actuales gobernantes la labor enorme que hizo al frente de nuestras embajadas este diplomático notable que conseguía amistades y admiración tanto de reyes británicos, como de Nehru, Indira Gandhi o el Dalai Lama? O es ignorancia, o es pequeñez. O ambas cosas.
Pero Miguel Serrano es más que los cálculos políticos, es un gran escritor que hoy ya ha podido comprobar dos cosas:
1. Que sus lectores le son fieles de verdad y
2. Que el Walhalla de los inmortales existe para quienes con talento y esfuerzo dejan huellas indelebles de su paso por la vida.
No faltarán quienes critiquen mis palabras. Pero no puedo hablar de tolerancia si practicarla y no puedo, como amante de la literatura, dejar de conmoverme ante la muerte de este gran escritor.
Finalmente, debo señalar, que en un artículo de Cristián Warnken encontré unas palabras que me dieron algo de sosiego: ocurre que el sábado por la mañana, mientras Serrano Fernández se iba, hubo tormenta eléctrica en los faldeos cordilleranos. Y tal vez, ése haya sido el mejor homenaje que el terruño brindó a su dilecto escritor que amaba a nuestra cordillera como si fuera un dios dormido y veía en el rayo de los dioses nórdicos las dispensas eternas de la Divinidad.
Hace poco más de un par de años, ante una nueva postergación de Serrano en el Premio Nacional de Literatura, dije que él, en calidad, se los llevaba por delante a todos (los otros candidatos), pero siempre supe que nunca lo íbamos a premiar. Hoy, tras su partida, simplemente lo saludo con el respeto que tanto merece y que tanto se le negó en su país.
jueves, 10 de septiembre de 2009
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